Un mundo multipolar, el Pacífico y Chile
PUNTOS DE VISTA

Un mundo multipolar, el Pacífico y Chile

A los actores medianos de la Cuenca del Pacífico les cabe una responsabilidad enorme y pocas veces ejercida, como es el proveer calma, coherencia y coordinación en un nuevo eje de comprensión del mundo.


Fernando Wilson | Doctor en Historia

Desde hace décadas se ha especulado con la conveniencia o no de que el mundo tuviera una estructura de poder definida y clara, como lo fue en la Guerra Fría. Entre 1950 y 1989 dos bloques tenían el control del sistema internacional de poder y todas sus derivaciones, incluyendo además un fuerte control de las relaciones comerciales. Los pretendidos “no alineados” en realidad solo mostraban grados reducidos y específicos de autonomía en un sentido general, y para todos los efectos prácticos se tenían que inclinar ante las superpotencias que decidían todo, incluyendo cuánto duraban las guerras, como quedó en evidencia tantas ocasiones, por ejemplo, en octubre de 1973 entre Egipto y Siria contra Israel.

En esos años, muchos se quejaban de que este control limitaba las autonomías nacionales e incluso se debatía el alcance del concepto mismo de soberanía. Tras la caída del muro, y después con la implosión de la misma Unión Soviética, muchos comenzaron a pensar que se imponía un unipolarismo, con Estados Unidos devenido en una suerte de “globocop”, o policía global que buscaba imponer su voluntad. Nadie podía siquiera soñar la existencia de un “imperio sin voluntad de tal”, pero eso fue exactamente lo que ocurrió. Estados Unidos, bajo Clinton, comenzó a “salir del mundo”, enviando un mensaje confuso, donde, por una parte, se insistía en que la globalización implicaba la llegada de los valores de Occidente al mundo, mientras que, por el otro, Occidente –y en especial EE.UU– se debilitaba a ojos vistas en su voluntad de acción internacional. Los atentados del 9/11, seguidos por oleadas de terrorismo en Europa, implicaron un cambio violento, y vimos a un Occidente reaccionar asustado, atacando a las supuestas fuentes de dichas amenazas en Medio Oriente y Asia Central. Décadas después, no solo dicha amenaza no ha cesado, sino que además hoy se comprende que esta es “líquida”, no definida por fronteras o liderazgos específicos, sino obedeciendo más bien a emociones, pasiones que llevan a choques valóricos mucho más complejos de definir y ordenar. Por primera vez en más de 600 años, Occidente no solo no tiene una respuesta al escenario internacional, sino que ni siquiera entiende bien las reglas de este nuevo juego de poder.

En la Cuenca del Pacífico esta situación se vuelve aún más complicada, pues además estamos en el proceso de construir el sistema económico y político de mayor complejidad jamás intentado en la Historia de la Humanidad. Una enorme red de economías y sociedades de media docena de culturas diferentes, que oscilan entre diferentes mundos asiáticos, anglosajones, latinos y rusos buscan construir formas de relacionarse y cooperar de forma regular y permanente. Al contrario de la Guerra Fría, ningún actor puede reclamar hegemonía y, más aún, las dos economías primarias del sistema enfrentan desafíos internos especialmente complejos. Estados Unidos, con una nueva iteración de sus procesos político-institucionales, en la transición de una sociedad y economía manufacturera a una de innovación, y China absorbiendo y evaluando las consecuencias de dos décadas de crecimiento económico y expansión geopolítica de una intensidad inaudita.

En un sistema así, a los actores medianos de la Cuenca del Pacífico les cabe una responsabilidad enorme y pocas veces ejercida, como es el proveer calma, coherencia y coordinación en un nuevo eje de comprensión del mundo. Si muchos plantean que el multilateralismo está muriendo de la mano de conflictos internacionales que combinan viejas visiones geopolíticas y culturales con nuevas realidades económicas, es responsabilidad de los nuevos actores medianos el asociarse y proveer un cierto grado de estabilidad al sistema. Si en 1815 fue el Congreso de Viena el que proveyó un sistema de canalización de poder que permitió a Europa prevenir conflictos generales por un siglo, precisamente al canalizar y evitar la expansión de conflictos bilaterales menores, corresponde ahora a estos actores medianos impedir que conflictos internos o externos de estas grandes potencias devengan en choques más generalizados. En ese sentido, ya hemos referido en estas páginas cómo de la doctrina Zhdánov –de prescindencia entre ambos bloques que caracterizó a la Guerra Fría– pasamos a la dinámica del “matrimonio mal avenido”, donde China y los Estados Unidos pueden rivalizar sobre docenas de aspectos, pero su dependencia mutua y, a la vez, la existencia de docenas de socios medianos y pequeños, impiden que estos conflictos pasen a mayores.

Esto nos lleva a entender que en el mundo del siglo XXI ese viejo aforismo de que Chile es un “país pequeño al final del mundo” ya no es tal. Todo repercute de forma activa en todos, y si bien es cierto que en el mundo de las cantidades somos “grandes” en muy pocos rubros o áreas, en el mundo de las calidades sí somos actores relevantes, reflejando una posición, visión y sentido que muchos esperan se haga ver de forma más clara. En las últimas semanas hemos visto una visión muy nítida respecto al descenso final del proceso bolivariano en Venezuela a una mera dictadura cleptocrática. Esa misma claridad se espera de nosotros en docenas de otros ámbitos, quizás no tan llamativos o chocantes, pero sí relevantes y potentes en sus propios ámbitos. Las referencias a la energía verde, electromovilidad, hidrógeno verde, son solo uno de esos ámbitos de responsabilidad, que van mucho más allá de un mero negocio. Tiempos interesantes se nos vienen, a los que hay que mirar de forma holística y no solo desde prismas específicos, por relevantes que ellos sean.

*Fernando Wilson es profesor en la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez.