Zona de Comodidad
OPINIÓN

Zona de Comodidad

La zona de comodidad nos mantiene invernando en la irrelevancia, ocupados haciendo lo que siempre hemos hecho y que cada vez tiene menos valor, o peor aún, haciendo algo que nunca ha tenido valor.


Sebastián Valdés Lutz - Director de empresas agroindustriales

Una de las dificultades cotidianas de la vida es salir de la cama por la mañana, cuando todo lo que ofrece el día son incomodidades y sacrificios. Dejar las cobijas que nos mantienen protegidos del frío, el colchón que sostiene nuestro descanso, las almohadas mullidas donde reposa nuestra cabeza, para enfrentar una fatigante rutina de ejercicios, un sinnúmero de negociaciones para lograr salir a tiempo con los niños al colegio, un tráfico de proporciones para llegar al trabajo, y luego una jornada con una cuota importante de urgencias. Dejar esa zona de comodidad que representa la cama en la mañana es un desafío infranqueable para muchos, que finalmente se traduce en retrasos, ausencias y cancelaciones con bastante frecuencia. Lo interesante es que la mayoría entiende que el levantarse, el salir de la cama, el abandonar ese espacio de comodidad, es un paso necesario para progresar y así obtener beneficios mucho mayores.

Espacios de comodidad como el ejemplo de la cama hay miles en la vida, y muchos de ellos enraizados en las empresas en que trabajamos o lideramos. Son zonas que satisfacen necesidades ciertamente más complejas, ofreciendo otra clase de bienestar, como certidumbre, estabilidad, reconocimiento, concordia, invitando al “huésped” a permanecer en el mismo estado por un prolongado periodo de tiempo. Dependiendo de la naturaleza de la zona de comodidad, estas pueden hospedar por años a quien busque refugio en ellas, anulando lentamente toda voluntad o capacidad del huésped para abandonarlas.

Las zonas de comodidad se gestan como consecuencia directa o indirecta de las decisiones tomadas u omitidas por los responsables de la empresa. No discriminan posición ni tamaño de compañía. Se alimentan de la abundancia y crecen habitualmente en las etapas de madurez de las empresas, como si fueran bacterias concebidas para arbitrar la vigencia y obsolescencia de los negocios en el tiempo. Es una enfermedad que lentamente, y a veces desapercibidamente, comienza a afectar una o más áreas de la empresa, ralentizando su actuar, adormeciendo su iniciativa, incapacitándola para reaccionar ante los cambios en su entorno.

Grandes empresarios entran a su zona de comodidad cuando dejan de emprender y optan por gozar los beneficios de sus negocios maduros. Abrazan con fuerza las creencias que los hicieron exitosos y las perpetúan en sus decisiones, ya sea por la incapacidad de comprender la evolución del mercado que deben enfrentar, o por el desinterés inherente a la saciedad de metas de quien las ha alcanzado. Esos mismos empresarios buscan en las siguientes generaciones el hambre, la ambición y la energía que ellos han perdido, pero suelen hacerlo colocando a sus herederos en una nueva zona de comodidad que también los invita a la intrascendencia.

Gerentes de larga trayectoria en la empresa, cuyas competencias, conocimientos, experiencia, y sobre todo lealtad, gozan de tal reconocimiento, que no consideran la posibilidad de que prescindan de ellos, lo que los hace ir entrando lentamente en su zona de comodidad, donde sus aportes marginales son cada vez menos valiosos para el negocio. Estos gerentes se obstinan en trabajar con las mismas herramientas y bajo los mismos conceptos que los llevaron a alcanzar resultados en el pasado, y no están dispuestos a escuchar nuevas ideas, aprender nuevos métodos, ni a abrirse a nuevas tecnologías para enfrentar el contexto actual, lo que los va conduciendo a ellos y a su equipo a una decadencia que debilita la posición competitiva de la empresa.

Miembros del directorio, elegidos y de confianza del socio controlador, afines por ello a sus ideas, creencias y costumbres, por su sola tesitura habitualmente se mantienen en su zona de comodidad. Ya sea por la falta de diversidad de experiencias entre los miembros del directorio, o por el exceso de celo en mantenerse bajo los lineamientos del socio controlador, esos directores no exploran ideas disruptivas para preparar a la empresa para un entorno competitivo cambiante, el que muchas veces son incapaces de ver y comprender también. Esa falla de gobierno se traduce tarde o temprano en riesgo para la sostenibilidad futura de la empresa, incumpliendo compromisos o regulaciones sustanciales para la continuidad, o llevando el modelo de negocios a su propia obsolescencia.

En las zonas de comodidad los huéspedes se sienten seguros y validados, y por ello es normal que se sientan tentados a permanecer en ellas. El peligro es que, así como muchas veces no saben cómo y cuándo entraron en ellas, tampoco sepan cómo y cuándo salir, prolongando tanto su estadía que terminen capturados, prisioneros en su zona de comodidad, así como a veces la cama nos captura en esas frías mañanas de invierno.

La zona de comodidad nos mantiene invernando en la irrelevancia, ocupados haciendo lo que siempre hemos hecho y que cada vez tiene menos valor, o peor aún, haciendo algo que nunca ha tenido valor.

Si hoy se siente desafiado, si su empresa crece, de verdad, si los que lo rodean son cada vez más capaces y no al revés, si sus clientes son mejores hoy que los que tenía ayer, si entiende la tecnología de punta y su lugar en el planeta, si hoy hace más con menos, si la disciplina gobierna más tiempo que la intuición, probablemente hoy no es huésped de una zona de comodidad. Cuide bien sus pasos y evite caer en una.